La gran mayoría de los alemanes que no simpatizaban con el nazismo se
las arreglaron para existir bajo un régimen al que despreciaban. [...]
Al otro extremo del espectro estadístico e ideológico estaban
los 20.000 testigos de Jehová que, casi en su totalidad,
inequívocamente negaron toda obediencia al Estado nazi. [...] La
religión sostenía al grupo más unido que resistía. Desde el principio
los testigos de Jehová se negaron a cooperar con todo rasgo del nazismo.
Aún después de que la Gestapo destruyera su oficina central nacional en
1933 y prohibiera a la secta en 1935, pues se rehusaban incluso a decir
"Heil Hitler". Alrededor de la mitad (en su mayoría hombres) del total
de testigos de Jehová fueron enviados a campos de concentración, donde
aproximadamente mil fueron ejecutados, y otro millar murió entre 1933 y
1945 en diversas circunstancias. [...] Los católicos y los protestantes
oyeron a su clero instarlos a cooperar con Hitler. Si resistían, estaban
desobedeciendo a la Iglesia y al Estado.
- Lo anterior es un
fragmento extraído del libro Mothers in the Fatherland (Madres en la
patria) de la historiadora Claudia Koonz.
Los
testigos de Jehová que eran enviados a campos de concentración eran
obligados a utilizar un triangulo morado en sus ropas. Ellos se
convirtieron en un punto de mira para los nazis por definirse como
apolíticos, no prestar el servicio militar y negarse a utilizar el
saludo fascista. A diferencia de los judíos y gitanos, los testigos de
Jehová tuvieron la posibilidad de ser liberados si renunciaban a sus
creencias y a su organización firmando un documento donde además se
comprometían a ofrecer lealtad al régimen nazi, pero muy pocos
accedieron.