El caso moderno más notable es el del académico de Cambridge, John Dee, quien en el siglo XVI practicó la alquimia y la elaboración de horóscopos. En un celebre experimento realizado en compañía del mago Irlandés Edward Kelley hizo lo necesario para revivir a un muerto de nombre Paul Waring. Por aquella época corrió el rumor de que habían logrado conversar con él; sin embargo, no hay pruebas más que las palabras de quienes lo presenciaron. En el siglo XIX se pusieron de moda diversas formas de consultar a los muertos, las sesiones espiritistas y la utilización de la ouija. Estas ultimas no tenían propósitos malignos y fueron más bien una forma de entretenimiento en reuniones y atracción para curiosos.
Francisco I. Madero, importante personaje en la historia de México, practicaba la necromancia. Logro comunicarse con Raúl, su hermano muerto, quien se convirtió en una especie de guía para Madero. Tras las invocaciones cambió sus hábitos: dejó de fumar, de beber alcohol y de comer carne, entrando en un estado de ascetismo (filosofía que consiste en la purificación del espíritu rechazando los placeres). Madero llevó estudios comerciales y de economía, no le interesaba la política, pero se involucró cuando el espíritu de su hermano le dijo que era un medio para ayudar a las personas, y que ese debía ser su principal objetivo en la vida.