Un jerarca de la Iglesia, el rector Teófanes, se dejó embaucar por Rasputín y lo introdujo en la Corte, donde hizo furor entre las damas. Pese a su falta de educación y sucio aspecto, tenía un indudable atractivo con su físico imponente, mirada magnética y carácter vehemente y apasionado. Cuando la gran duquesa Militsa lo llevó ante la Zarina, jugó fuerte. De algún modo había descubierto el gran secreto de Estado, la hemofilia del zarevich, y dijo que podía curarlo. Detuvo la hemorragia en una crisis y en ese momento se convirtió en dueño de la voluntad de la Zarina. A partir de ahí, es una historia patética. Una madre angustiada, beata y poco inteligente que, por mala fortuna, hacia lo que quería del Zar. Convirtió a Rasputín en su favorito. Él se aprovechó, aunque seguramente se creyó su papel de salvador de la dinastía. La Corte, los políticos, la Iglesia y muchos más trataron de apartarlo sin éxito.
Se decían de el cosas tremendas, se tejió la leyenda de su dictadura sexual sobre las damas y la misma Zarina, aunque no haya pruebas de ello. Al estallar la Gran Guerra le acusaron, naturalmente, de ser agente alemán. Pero era algo peor, era el más eficaz disolvente del prestigio de la monarquía, sobre todo a partir de 1915, cuando Nicolás II se fue al frente y dejó el gobierno en manos de su mujer. Entonces sí que mandó en Rusia Rasputín: designaba al primer ministro, nombraba altos cargos, tomaba disposiciones militares, etc.
En la madrugada del 30 de diciembre de 1916 triunfó el enésimo complot contra él. El gran duque Dimitri, el príncipe Yusupov y el diputado Purishkevich lo asesinaron, aunque les costaría mucho. Hubo que insistir hasta tres veces por que parecía inmortal. Resistió primero una enorme dosis de cianuro; lo acribillaron luego a tiros, y salió arrastrándose; al fin lo echaron encadenado al rio Neva y murió ahogado. Fue enterrado en Tsarkoye Selo, pero tras la Revolución su sepultura fue profanada y su cadáver quemado, aunque un médico de San Petersburgo asegura poseer su pene y lo muestra en obscena exposición.
Rasputín había predicho que su suerte estaba ligada a la de los Zares, que si lo asesinaban caería la dinastía. Y puntualmente, ocho semanas después de que apareciese su cadáver, tuvo lugar la revolución de Febrero de 1917, donde fue derrocada la monarquía y los zares asesinados por los Bolcheviques.
Información extraída de la revista:
La Guerra Mundial Como Nunca se la habían Contado (Junio 2010)