San Pedro, el primer pontífice de la Iglesia, fue el primero en ser ajusticiado por defender sus creencias. Condenado a la crucifixión, como su Maestro, consideró que no era digno de sufrir la misma muerte que Jesús y pidió que lo crucificaran al revés, o sea con la cabeza hacia abajo.
San Clemente I, sucesor de San Pedro, siguió el mismo destino en el año 97. A este papa se le atribuye el sacramento de la confirmación y el empleo de la palabra «amén» en los rituales. Después de ser enviado al exilio por el emperador Trajano, lo condenó a morir ahogado en el mar, fue arrojado con una ancla atada al cuello.
Algunos siglos después le tocó el turno a San Calixto I. Durante su reinado (217-222) dio la orden de construir las catacumbas de la Via Appia, donde fueron enterrados 46 papas y 200.000 mártires. Finalmente, fue detenido por los romanos y apaleado públicamente hasta la muerte. Su cadáver se arrojó a un pozo, lugar donde posteriormente se levantó la Iglesia de Santa Maria de Trastévere.
La condena a muerte por parte de los romanos no logró frenar el avance del Cristianismo, por lo que las persecuciones sólo cesaron hasta que este llegó a triunfar y la Iglesia logró establecer su jerarquía.
Información extraída del libro: Más Allá de Angeles y Demonios (René Chandelle)