A finales del siglo XV la Inquisición era ya
una máquina bien engrasada y bien rodada para la destrucción de herejes.
Es más, podríamos decir que ya se había convertido en una maquina que
"tenia necesidad" de herejes.
El éxito y la carrera de los inquisidores dependía del número de los
procesos llevados a cabo y de las condenas obtenidas. Además, se pensaba
que el pueblo debía estar siempre sometido por la visión de castigos
ejemplares a fin de que no optara por salir del recinto de "la verdadera
fe".
Concretando, esto significaba que las hogueras en las
plazas y las ejecuciones estaban al orden del día y los cadáveres
expuestos eran una advertencia a la población. Sólo basta con imaginar
el olor y el miedo que esto producía a la gente. La locura de los
sacerdotes inquisidores llegaba al grado de que si no había herejes
tenían que inventárselos.
Las estimaciones más prudentes dan un
balance final que oscila entre las 70.000 y las 300.000 víctimas, desde
el siglo XIV al XVIII. Pero hay quienes hablan de millones de muertos.
Fuente: El Libro Prohibido del Cristianismo
(Jacobo Fo, Sergio Tomat y Laura Malucelli)