Las actividades de la Agencia Central de Inteligencia (CIA por sus siglas en ingles) en el vaticano, iniciaron durante la Segunda Guerra Mundial. En 1945 la agencia estableció una estación en Roma, dirigida por James Angleton, con el total beneplácito de la Santa Sede. Pío XII utilizó sus servicios para llevar al poder al partido Demócrata Cristiano. Por su parte la CIA, que en ese entonces se llamaba Oficina de Servicios Estratégicos (OSS por sus siglas en ingles), pudo beneficiarse de la eficaz red de espionaje de los jesuitas, dedicada a investigar las relaciones entre los comunistas italianos y Moscú.
La OSS y el Vaticano trabajaron juntos en campañas anticomunistas. En 1952, los servicios secretos norteamericanos contaban con su propia red de sacerdotes informantes. Gracias a estos "reclutas", que incluían a misioneros de Asia y América Latina, los tentáculos de la agencia llegaban hasta el Secretario de Estado, la Santa Congregación y el Tribunal Vaticano.
En 1960 uno de los mejores colaboradores de la CIA era el cardenal Montini, quien posteriormente se convertiría en el papa Pablo VI, facilitando a la agencia los archivos sobre las actividades de los párrocos italianos, una pieza clave para emprender campañas de descrédito contra sacerdotes que daban el visto bueno a la ideología marxista. Con el acercamiento de Juan XXIII al bloque del Este, la situación cambió drásticamente. El entonces jefe de la estación de la CIA en Roma, Thomas Kalamasinas, recibió orden directa de Washington de considerar al vaticano como potencia "hostil", dada su "peligrosa deriva hacia la izquierda".
Las actividades del Vaticano en todo el mundo fueron investigadas y se asignaron más hombres y fondos con destino a espiar a la Santa Sede. La situación continuó con la administración Kennedy. Poco después de la muerte de Juan XXIII, un informe dirigido a Washington confirmaba que uno de sus mejores hombres en el Vaticano, el cardenal Montini, sería elegido papa. Sin embargo, ya convertido Montini en el papa Pablo VI, dio un giro y criticó duramente la actuación norteamericana en Vietnam. Las actividades de espionaje se intensificaron. Con la llegada de Juan Pablo II al poder, las relaciones entre la CIA y el Vaticano volvieron a tomar el sentido inicial.
Fuente: Revista - Año Cero (Monográfico No. 2)
